- Moverlo será un trabajo relativamente sencillo para alguien con tu experiencia en el ramo, Julián, pero más vale que lo lleves a cabo. Ya han pasado varios antes que vos, y como veras ninguno lo logró. Pero confío en tu tacto.
- Seh, seh, este tipo de laburo no es jodido pero si me decís que no soy el primero es que debe estar muy arraigado...
"Vos andá". Empezamos bien. Sin embargo ese día me sentía como tocado por los dioses, pura suerte, era como sacar un cien en un dado de 20 caras. Tenía un paquete cerrado de Parissienes en el bolsillo del gabán desde hace varias semanas. Totalmente confiado en mis habilidades.
Todo iba a salir genial. Cruzo la cortina de vinilo del pintoresco local con una sonrisa, como si estuviese vendiendo camperas de cuero. Tan lleno de telarañas como siempre estuvo, con Zoilo encaramado detrás de su mostrador, operando incansablemente la feteadora y mermando el tamaño de una bocha de mortadela de hace quien sabrá cuantos años. Perfectamente inamovible.
- ¡Pero si no es el Juliansito! Creciste como un potrillo, pibe. ¿Qué te trae por acá?
- Como anda tanto tiempo, Zoilo. Pasaba por el barrio a hacer un par de negocios y tuve muchas ganas de uno de sus sanguches de salame y queso recién hechos, como hace tantos años, cuando íbamos con el Tapa y Rulo a la plaza el sábado.
"Espérate que ya vuelvo." Una cucaracha corre por el mostrador, y ni me molesto en matarla. Zoilo vuelve con un salame enorme, lo carga en la máquina, y empieza a tajearla. Zzzzip. Zzzzzip. Zzzzzzzzip.
"¿Y cómo anda la vida, Don?" pregunto blandiendo el punto central de mi ataque... "¿El negocio?"
- No te miento si te digo que cada vez viene menos gente, gracias a este nuevo mercado que pusieron a la vuelta. De cualquier manera, no me asusta. Esto de los supermercados es sólo una moda pasajera. Todo es mucho más duro desde que la patrona la espichó, todavía no me logro acostumbrar al ritmo.
Silencio sepulcral. Se escucharía el sonido de la caída de un alfiler.
- ... pero ya va a llegar, no te preocupes.
Toda una tragedia, dije. "¿Hace cuantos años ya?"
- ¿Años? El 20 se cumple un año recién -(La cagué, pensé)- y la verdad que cada día la extraño más, a la bruja esa.
"¿Estas totalmente seguro, Zoilo? juraría que fue hace más..." No quiero decirle que fue hace más de 15 años que su mujer murió. Ese tipo de cosas realmente duele, en cualquier circunstancia de la vida.
"¡Vos sí que vivís con la cabeza en las nubes, pibe!" Rebana el queso y lo pone en el pan, terminando así el emparedado "Serian dos pesos nada más. Tuve que subir los precios mucho, sabrás entender, siempre con la soga al cuello yo." Un escalofrío me corrió la espalda al igual que si me hubieran tirado un cubito de hielo dentro de la camisa.
- Claro... claro... (Me decidí.) Zoilo, tengo algo serio que decirle.
El almacenero me mira fijo a los ojos. Los suyos acusaban una profunda tristeza, pero ardía algo de esperanza dentro de ellos, y no me permite continuar.
"Ya va a llegar, no te preocupes."
-¿Si?
- Eeeeh, la verdad que no tengo tanta hambre. De ultima déjemelo en la heladera que cuando termine de trabajar lo paso a buscar. Tome -dejo el billete en el mostrador-, ya se lo dejo pagado.
- Esta bien, ¡gracias nene! Ahora te lo llevo y lo dejo bien fresquito para la tarde.
Reprimí las ganas de darle una fatal palmada en el hombro, y me dirigí a la puerta.
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Salí del local abandonado lleno de polvo, e instintivamente pesque el atado de mi bolsillo y lo abrí. El tabaco negro tenía gusto a un palpable fracaso.
La mujer de Zoilo había muerto un 20 de abril hace 18 años, atropellada por un hombre que no tuvo mejor idea que combinar tres botellas de ron con el volante, y subiéndose a la vereda termino con su vida y la de la mujer. Días antes de que se cumpliese el año, Zoilo se ahorcó en la habitación-heladera donde guardaba las carnes que vendía en su local, dejando como único mensaje la frase "ya estoy llegando, no te preocupes" en un sobre doblado encima del mostrador.
Hacía bastante tiempo que no trabajaba, así que podría atribuir el fracaso a la falta de práctica... pero el episodio de Guillermina me había demostrado que seguía teniendo pasta de médium. En este caso, no pude evitar sentir compasión (como siempre) por el fantasma del almacenero condenado a fetear mortadela todos los años en el mismo día hasta su pase al Mas Allá. Si bien la falta de drama de la aparición hizo terrena la situación, que éste siga adelante con su no-vida de la manera que su contraparte viva no lo logró... la hizo imposible. No podía matar su ilusión.
Iba a ser difícil volver con las manos vacías al jefe, y encontrar su nuevo supermercado cancelado no le iba a gustar... pero de cualquier manera podría volver a intentarlo con más cinismo el año que viene.
Ojalá siga fresco el sanguchito.
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And then the long pulse of Zion Dub.